El Espíritu Santo es fuego que nos hace arder en pasión por las personas.
Sin ese fuego terminamos haciendo una labor humana que el Señor nunca nos llamó hacer, ya que hemos sido llamados a realizar una obra sobrenatural, a través del Espíritu Santo.
En Éxodo 3: 1-14 vemos como Dios le habla a Moisés a través de la zarza ardiente. Es apasionante observar como Dios le anuncia a Moisés como va a ser su ministerio: una zarza que va a arder sin consumirse.
Debemos enfocarnos desde el mismo momento de la conversión en ser una zarza que arda sin consumirse. Mateo 3: 11-12
¿Por qué se apaga el fuego dentro de nosotros?
La Palabra dice que Dios se presentó a Moisés a través de una zarza salvaje. Esto no es lo más llamativo, tampoco es llamativo el fuego, ya que a causa del calor del desierto son altamente combustibles. Lo llamativo es que siendo una zarza silvestre del desierto no se consumía, y Dios usó esto para llamar la atención de Moisés. La misión de Moisés no iba a ser fácil, ya que Moisés tuvo un intento de liberar a su pueblo a través de la fuerza humana que provocó que faraón lo persiguiera y Moisés fuera al desierto; allí apacentó las ovejas de su suegro. Es en ese momento el pueblo empieza a clamar por liberación. Cada vez que la iglesia clama algo ocurre en el mundo espiritual. Dios no se queda callado ante el clamor de sus hijos, Él siempre responde “clama a mi…” En el tiempo de Moisés había un pueblo designado por Dios para ser reyes y sacerdotes pero que habían quedado bajo un sistema humano que le quito libertad, su identidad, y su posibilidad de adorar. Lo primero que hace el sistema para sacarte la identidad es quitarte la posibilidad de adorar. El pueblo de Israel, era el pueblo escogido y estaba siendo la mano de obra para un sistema opresor. Pero alguien en ese lugar se dio cuenta y empezó a clamar y el resto del pueblo se unió; alguien se dio cuenta que su identidad no era ser esclavos sino reyes y sacerdotes. Ellos oraban, intercedían, golpeaban a través de la oración y el clamor. Esto hizo que Moisés fuera atraído a su propósito, fue atraído hasta el monte.
Dios habla fácil, como a un niño. Hebreos dice que Dios habla de muchas maneras y que ahora habla a través de su hijo. En un momento “YO SOY” se le apareció y Moisés tuvo un encuentro con “YO SOY” y con su propia identidad, cada vez que tenemos un encuentro con el “GRAN YO SOY”, el Alfa y Omega, descubrimos nuestra identidad. Cuando Moisés fue allí se encontró con ese fuego y a través de este encuentro Moisés fue enviado. Lo “enviado” nos habla de lo apostólico y del respaldo apostólico del llamado. Moisés se iba a presentar delante del gobernante de la nación más potente del mundo en se momento y no podía ir en su propia fuerza, ya que su fuerza había demostrado que era un estorbo, su violencia no servía para esta encomienda divina. Esta encomienda debía tener el respaldo del gran “YO SOY”.
Dios le habla y le dice: quítate las sandalias. Esto habla de santidad. Santidad es ser uno con Él. Donde Dios se presenta lo santifica todo, esto significa que lo que necesitaba para ir era Santidad, que es ser uno con Dios. Cuando eres uno con Dios, Él te santifica.
Si nos quitamos nuestra “manera de vivir”, nos hacemos uno con Él.
Después de esta experiencia, Moisés fue enviado a Egipto, el centro de la brujería, un imperio donde reinaba la hechicería, los brujos reinaban en la corte, el sistema estaba totalmente impregnado de hechicería, y Moisés no podía ir de cualquier manera.
Cuando faraón vio los milagros que hacía Moisés no le llamaban la atención porque estaban acostumbrados a la brujería, por eso Moisés tenía que ir con el fuego de la unción.
Podemos ir con entusiasmo, pero debemos entender que al enemigo se vence con el fuego de Dios. Jesucristo les dijo a sus discípulos que esperasen a tener el Espíritu Santo, “no se vayan hasta” ser revestidos del Espíritu Santo y fuego.
Desde entonces la iglesia camina con espíritu Santo y fuego. Ningún lugar se resistió porque iban en el poder del Espíritu Santo y fuego. Lo que vence al sistema es el verdadero fuego. Santidad es comunión con Él, Él es vida…
¿Cuándo se apaga el fuego?
Cuando perdemos la comunión. También cuando queremos meter a Dios en nuestras formulas aprendidas.
Moisés fue con el fuego. Los discípulos fueron impregnados de ese fuego. Era tan fuerte que testificaban con poder, eran llevados delante de las autoridades y nada les hacía retroceder, ni perder la pasión, eso era el fuego del Espíritu Santo. El manto de Jesucristo fue tirado sobre la iglesia, así como el manto de Elías sobre Eliseo.
El Espíritu de Dios nos hace mover a través de los dones del Espíritu y también a través de la gloria y viendo que los milagros y señales nos siguen.
El espíritu de Grecia (el sistema humanista), todo lo tiene que entender, todo tiene que ser lógico, descarta toda sobrenaturalidad… ¿cómo podremos testificar para derribar ese espíritu que combate contra el Reino si no es a través de ese fuego?
Tenemos que reconocer que ese fuego no se puede apagar, que no se puede pretender vivir la vida cristiana sin ese fuego. Si no adoramos, lo haremos en nuestra fuerza. La santidad no es “hacer” sino “fundirse con Él”. Como un matrimonio se funde en el acto matrimonial, así nosotros a través de la adoración, nos fundimos y el fuego de Dios comienza a arder en nosotros.
Debemos entender que somos un espíritu, que habita en un cuerpo y que tiene un alma. Cuando nuestro espíritu adora somos un espíritu con Él, y nos fundimos.
Ser santo es caminar en adoración con Él.
Todos nacimos al Reino espiritual de la luz por el Espíritu y la Palabra, así como en Génesis, el Espíritu estaba sobre la faz de las aguas y Dios envió la Palabra, (Jesucristo) y con la Palabra creó todas las cosas.
Juan 3:1-15 nos dice que Nicodemo fue a ver a Cristo, era un hombre inteligente que reconocía a Jesús y sus milagros. Nicodemo necesitaba saber qué es lo que tenía Jesús, porque el veía que Jesús se movía sobrenaturalmente. Jesús le respondió que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios.
Es imposible volver a vientre de una madre, pero si es posible volver a vientre de Dios, porque antes de estar en el vientre de la madre todo ser humano estuvo en el vientre de Dios. Esto es volver al principio, en el vientre de Dios estaba el Espíritu y la Palabra. Por la Palabra y el Espíritu nacemos, no por las predicaciones o por estar en las reuniones, es algo sobrenatural y soberano. Cuando sabemos que hemos nacido de nuevo queremos estar con Él, queremos adorarle, queremos más de su Palabra. Nos llenamos de su fuego.
Este fuego no se puede apagar, siempre tiene que arder, este fuego burló el poder de Egipto y tiene el poder de burlar el sistema de este mundo. No somos de este mundo, pero tenemos el poder de quebrar todo sistema “anti Dios”.
No podemos dejar que se apague, debemos mantenerlo en adoración, para ser uno con Él.
Jeremías estaba tan lleno del fuego de Dios que, a pesar de ser azotado y encarcelado al profetizar, no podía callar, no dejaba de hablar la Palabra de Dios.
Jesús podía predicar a cualquier persona, en Juan 4 vemos como Dios conecta con una samaritana. Jesús esperó sentado su conexión, Él tenía un objetivo: sanar a toda raza y nación, Él tenía un plan divino con Samaria.
Jesús habló de adoración. Verdadera adoración es rendición y es entrega. Esto nos deja una enseñanza poderosa, la samaritana preguntó dónde se debe adorar. Y Jesús nos enseña que el Padre busca adoradores en Espíritu y en verdad.
A mayor adoración mayor fuego. Cuando estamos llenos de fuego no hacemos la obra en nuestra propia fuerza.
El alma debe ser sumergida en el espíritu. No es el radio de las emociones o sentimientos, es el radio del espíritu.
Eclesiastés 12: 6
El cántaro se parte en la fuente, para que salgan las aguas. Si el cántaro no se rompe en la fuente no hay agua. Aquí nos habla de que el espíritu y el cuerpo están unidos por una cadena de plata que es el alma, cuando ésta se quiebra aparece una adoración sin medida.
Y declararemos “Contigo lo tengo todo, Tú eres mi fuente, quiero adorar, Tú eres la fuente en mi interior, quiero adorar al único, al verdadero, a Jesucristo, al autor y creador de mi vida, al que me llamó y me escogió para adorar. Mi alma se quiebra delante de Ti para que las aguas fluyan en adoración en Espíritu y Verdad. Me fundo y soy uno contigo. Todo lo demás es hojarasca y el fuego lo quema, y declaro que el fuego de Ti en mí no se apagará. Las muchas dificultades, muchas aguas, nunca podrán apagar este verdadero amor.”

Silvia de Muratore

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