LA RIVALIDAD COMO CAUSA DE LA INFERTILIDAD: RAQUEL Y LEA
Seguramente usted ya escuchó hablar acerca de la Diabetes Infantil o juvenil, ya sea que lo vio en un documental o quizás alguien muy cercano a su círculo social padece de esta dolencia.
Médicamente y de modo sencillo me gustaría describirla de la siguiente manera:
Normalmente, el sistema inmune protege nuestro cuerpo, pero en la diabetes infantil o juvenil, el sistema inmune se vuelve contra nuestro propio cuerpo. En este caso, se produce una reacción negativa en el páncreas por parte de un tipo de célula, en contra de la otra que se encarga de producir la insulina para todo nuestro cuerpo.
Es decir que, lo que llega a suceder en el páncreas, (territorio u hogar de estas dos células) es que, surgen pleitos entre dos células que son hermanas. A tal nivel llega esta rivalidad que, el páncreas deja de ser fructífero para convertirse en un órgano desértico e incapaz de producir más células.
Sabemos que la mayoría de las personas que desarrollan diabetes infantil o juvenil, no se ven afectadas de un día para otro, sino que se trata de un proceso que puede durar años, incluso puede iniciarse desde el nacimiento.
A pesar de contar con tantos avances tecnológicos, y en pleno siglo XXI, aún no se ha descubierto la cura para esta dolencia que, además es catalogada como irreversible e insustituible, es decir que el transplante de páncreas no existe.
Qué sabiduría es la que nos dejó encriptada nuestro Creador en nuestro propio cuerpo!
Así es que, si en nuestro cuerpo se produce este micro escenario, no común, tampoco tiene causas, pero sí gravísimas consecuencias para el resto del cuerpo; cuánto más es en el caso de nuestras familias sociedad y naciones.
A menudo, la rivalidad entre hermanos comienza incluso antes de que nazca el segundo hijo y continúa a medida que los niños crecen y compiten por todo, desde los juguetes hasta la atención.
Las pequeñas peleas o conflictos pueden convertirse en una guerra sin cuartel debido a los celos, y debido también a un sentimiento de competencia entre hermanos.
A pesar de que es común que los niños se peleen, esto no es nada grato para los que viven en el hogar. Además, la familia no puede soportar una cantidad ilimitada de conflictos. Entonces, ¿qué se debe hacer cuando comienzan las peleas?
Siempre que sea posible, no se involucre. Involúcrese solamente si hay peligro de que ocurran daños físicos. Si usted siempre interviene, corre el riesgo de crear otros problemas. Es posible que los niños comiencen a esperar su ayuda y que venga a rescatarlos en lugar de aprender a solucionar los problemas por sí mismos. También corre el riesgo de, involuntariamente, dar la impresión a un hijo de que otro hijo siempre es «protegido», lo que puede generar aún más resentimiento. Del mismo modo, los niños que son rescatados pueden sentir que logran salirse con la suya más seguido porque sus padres siempre los «salvan».
Si le preocupa el lenguaje o los insultos, es adecuado «entrenar» a los niños para que procesen lo que están sintiendo con palabras apropiadas. Esto es diferente de intervenir o involucrarse y separar a los niños.
Aún si lo hace, debe alentarlos para que resuelvan la crisis por ellos mismos. Si se involucra, intente resolver los problemas con sus hijos, no por ellos.
En las Sagradas Escrituras podemos ver este caso, en la historia de las hermanas, Raquel y Lea.
Estas son las últimas dos matriarcas del pueblo hebreo. Son quienes, junto a su esposo Jacob, representan la familia cohesiva de la que ningún hijo se alejó para convertirse en otra nación diferente.
No es fácil ser una matriarca! De las cuatro que están descritas en la Biblia, Lea parecía ser la única que se salvó de los problemas de infertilidad. Pero también era conocida por involucrar a Dios constantemente en sus necesidades y dificultades. Era la que mejor conocía el poder de la oración para cambiar el destino. En lo que respecta a conversaciones y plegarias con Dios, Lea era experta. Esto es lo que tenía para enseñarle a Raquel, su hermana, y también a nosotros, sus descendientes.
Pero cuál era la disputa de estas dos hermanas?
Todo el conflicto que había en medio de este hogar era por ganarse el corazón de Jacob.
Al mismo tiempo, Raquel era estéril y su hermana Lea en su amargura, creó un ambiente de peleas y competencia. Ella tenía todos los elementos para estar frustrada y deprimida. Nada le había salido como ella deseaba. Por todas las situaciones que surgieron, lo que parecía ser en sus inicios una relación idílica, se convirtió́ en un matrimonio penoso y conflictivo. La Palabra nos indica en Génesis 30:1-2: “Viendo Raquel que no daba hijos a Jacob, tuvo envidia de su hermana, y decía a Jacob: Dame hijos, o si no, me muero. Y Jacob se enojó contra Raquel, y dijo: ¿Soy yo acaso Dios, que te impidió el fruto de tu vientre?”.
Jacob era el jefe de un hogar disfuncional donde sus esposas luchaban y competían. Evidentemente él estaba muy agobiado por toda la situación que enfrentaba en su hogar. La respuesta que le da a Raquel, muestra el disgusto que sentía ante todo lo que estaba sucediendo.
Finalmente, “se acordó Dios de Raquel, y la oyó Dios, y le concedió hijos” Génesis 30:22. A pesar de que Dios tuvo misericordia de Raquel y tuvo hijos, los problemas continuaron entre todos ellos. El relato Bíblico, nos muestra que fueron muchos años de contiendas y competencias entre Lea y Raquel. Ellas tuvieron una batalla colosal donde discutían constantemente por los hijos y por el amor de Jacob. Posteriormente, los hijos de las esposas y concubinas de Jacob también riñeron entre sí. A tal punto que engañaron a su padre diciéndole que había muerto su hijo favorito José, siendo todo una vil mentira. El ambiente hostil que permaneció en el hogar de Jacob dio fruto en el comportamiento de sus hijos.
La historia bíblica de Raquel y Lea nos enseña una gama de lecciones que podemos aplicar a nuestra vida diaria. Tal vez en nuestra sociedad actual, nuestros padres no eligen nuestros futuros esposos, no se practica que las hermanas mayores deben casarse antes que las menores y la poligamia en acuerdo no sea algo común. Sin embargo, hay elementos que sucedieron en la vida de Raquel y Lea que continúan sucediendo en nuestra sociedad y que aun entre los creyentes se pueden cometer los mismos errores.
En cualquier caso, Dios siguió adelante con su propósito y lo mismo hace hoy, valiéndose de hombres y mujeres fieles aunque imperfectos. Ambas hermanas tenían defectos, igual que todos nosotros. Sin embargo, mediante ellas, Dios empezó a cumplir la promesa que le había hecho a Abrahán de que tendría una descendencia numerosa. Por eso, bien podemos decir que Raquel y Lea “edificaron la casa de Israel”.
El Señor sin embargo, permitió que la vida de Raquel y Lea, estuviera presente en las Sagradas Escrituras, con el propósito de que sus hijos y también nosotros hoy, aprendamos de todo lo que sucedió allí.
En Job 5:2, menciona el escritor, que sólo los tontos y necios se mueren de celos y envidia.
El término que se ha traducido como celos, también es interpretado como resentimiento, el cual tiene que ver con recrearse en aquellos sentimientos nocivos y dañinos, aunque éstos no sean verdad. Es revivir mil veces el dolor que nos hicieron, añadiendo un poco de imaginación. Es sacar mil fotocopias del daño sufrido.
Lo mire por donde lo mire, albergar celos o resentimientos es una actitud errónea, pues sólo lo daña sólo a usted. Por eso la Biblia dice que guardar celos o resentimiento es cosa de necios.
Puede que la persona que le dañó esté a miles de kilómetros de distancia, pero al recrearse en la ofensa, es como si la trajese a su lado para que siguiese hiriéndole.
Al perdonar no le estoy otorgando libertad al ofensor, sino que se está haciendo libre usted mismo.
La oración incluida en el Padrenuestro: «Perdónanos nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a quienes nos ofenden», es una de las oraciones más sabias que podamos hacer.
Por eso hoy, le invito para que meditemos en la Palabra y pidamos a Dios que nos ayude a comprender la seriedad y las implicaciones de actuar de manera conflictiva con nuestros hermanos, es más aún, analicemos nuestro corazón con sinceridad y pidamos al Espíritu Santo para que lo escudriñe en lo más profundo, de repente Él encuentra celos, envidia, avaricia, egoísmo, orgullo y hasta falta de perdón.
No nos quedemos con todo esto, que a la larga nos producirá una vida de desiertos y sin frutos.
Recordemos que todos nacemos dentro de una familia, nos desarrollamos en una y luego tenemos la nuestra. Procuremos pues y propongámonos a tener una familia que honre a Dios en todo, donde se practique la piedad y sea exaltado Su nombre por siempre!
Amén.

Roxana Antelo

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