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El Espíritu Santo en el Génesis Tercera Parte

El Espíritu Santo en el Génesis Tercera Parte

Estuvimos reflexionando acerca de la Persona del Espíritu Santo y su obra en el momento de la creación tanto así como su participación en el ordenamiento, desarrollo e implementación de la nueva criatura en Cristo. También señalamos brevemente las similitudes entre la doctrina de la ‘trinidad’ divina y la tricotomía de los seres humanos, sobretodo en la línea de establecer la relación o equivalencias entre el espíritu humano y el Espíritu Divino.

Esta vez, sin embargo, quisiera rescatar otro aspecto de la obra del Espíritu Santo que solemos pasar por alto cuando leemos el libro del Génesis: el Espíritu Santo como el aliento de Dios. No podemos caer en el minimalismo racional ni mucho menos reducir la grandeza de una Persona Divina a la simple definición  o entendimiento de alguno de sus símbolos representativos.

El Espíritu Santo es infinitamente superior a cualquiera de los símbolos o figuras que le representan en las Sagradas Escrituras: es aire, pero es mucho más que aire. Es viento (hb. RUaJ; gr. pneuma), pero es mucho más que viento. Es aliento, pero es mucho más que aliento. Porque el aire no sabe, el viento no habla, y el aliento no potencia a quien lo percibe. El Espíritu de Dios hace eso y mucho más.

Gen 2:7  “Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente”.

Como lo explicara el Apóstol Pablo:

1Co 15:35-49 “Pero dirá alguno: ¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo vendrán? Necio, lo que tú siembras no se vivifica, si no muere antes.    Y lo que siembras no es el cuerpo que ha de salir, sino el grano desnudo, ya sea de trigo o de otro grano;   pero Dios le da el cuerpo como él quiso, y a cada semilla su propio cuerpo.  No toda carne es la misma carne, sino que una carne es la de los hombres, otra carne la de las bestias, otra la de los peces, y otra la de las aves. Y hay cuerpos celestiales, y cuerpos terrenales; pero una es la gloria de los celestiales, y otra la de los terrenales… Así también es la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción. Se siembra en deshonra, resucitará en gloria; se siembra en debilidad, resucitará en poder. Se siembra cuerpo animal, resucitará cuerpo espiritual. Hay cuerpo animal, y hay cuerpo espiritual.  Así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente; el postrer Adán, espíritu vivificante. Mas lo espiritual no es primero, sino lo animal; luego lo espiritual.  El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo. Cual el terrenal, tales también los terrenales; y cual el celestial, tales también los celestiales. Y así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial”.

La obra que el aliento divino hizo por aquel muñeco de barro llamado Adán, terrenalmente hablando, es simbólica de la obran gloriosa que el Espíritu de Dios hizo en nosotros, espiritualmente hablando.

Teléfonos: 2460 4133 o 2460 2822/ 87073726

E-mail: franysile@ice.co.cr

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Francisco Jiménez Cruz

Pbro. Iglesia Metodista de Ciudad Quesada

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