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El valor de la comunicación asertiva en el matrimonio

Todos nos comunicamos diariamente, y fallamos de una u otra manera al intentar comunicarnos. “Eso no fue lo que quise decir”, “Nunca nos vamos a entender”, “¿Cuándo dije yo eso?”, “¡Ah, no, no, no ponga palabras que yo no dije!”, son solo algunas expresiones comunes en la comunicación matrimonial.

Entender que no somos los únicos, ni los últimos, que han fracasado en el intento por mejorar la comunicación, quizá nos motiven  a perseverar en el intento por crear mejores condiciones en el hogar. No hay peor fracaso, que rendirse a las circunstancias, por el contrario, lo invito a luchar por aquello que vale la pena…su matrimonio.

En teoría, la comunicación implica un intercambio entre un emisor y un receptor, mediante un canal por el cual se emite un mensaje. Para esa transmisión informativa se requiere de un código común, es decir, un conjunto de símbolos y reglas que nos permite entender el mensaje.

Sencillo en el papel, pero muy complicado en la práctica. Fallan en este proceso las empresas, las organizaciones, los educadores, los padres, los hijos, los amigos, los novios, los esposos… en fin, todos estamos expuestos a equivocarnos y provocar severas heridas.

Alguien dijo que “si no existe comunicación, no existe relación”. Hacerlo bien es todo un arte y, para que no muera en el intento, recuerde que es un proceso, lo cual implica un compromiso y un cambio de actitud. Se requiere saber cuáles son nuestros objetivos, qué pasos vamos a dar, por dónde queremos ir y, sobre todo, cómo lo vamos a hacer.

La buena comunicación en el matrimonio tiene como objetivo principal estar atentos a las necesidades de nuestra esposa o esposo, comprenderla y buscar el momento ideal para dedicarle el tiempo necesario a la conversación. No podemos transmitir ideas adecuadas en momentos y lugares inadecuados.

En el transcurso de mi vida, he aprendido algunas normas bíblicas fundamentales para mejorar la comunicación. Una de ellas es la ley del perdón, no podemos pedir lo que nosotros no damos.

El otro principio es la ley de la perseverancia. Si fracaso me vuelvo a levantar, pues de lo contrario jamás alcanzaré la meta a la que aspiro y, estoy seguro, que usted y yo coincidimos en que no hay nada más placentero que un hogar feliz.

Otro principio es el deleite o disfrute. Como norma de vida, les he enseñado a mis hijos y lo he compartido con mi esposa que todo, absolutamente todo lo que hagamos debemos disfrutarlo, gozarnos en ello, hacerlo con gusto, con agrado.

En la Biblia yo aprendo que debo deleitarme en el Señor, y Él me concederá las peticiones de mi corazón. La vida matrimonial es, por naturaleza divina, la primera fuente de deleite que debemos tener. Intente disfrutarlo, no se arrepentirá.

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Mario Aguilar

Conferencista Familiar

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