ENTRELÍNEAS
Generalmente, la mención de la palabra griega ‘parakletos’ nos conduce automáticamente a identificarla con el Espíritu Santo, y eso está muy bien, debido a que cuatro de las cinco menciones que el apóstol Juan hace de esta palabra tienen relación directa con Su persona, sin embargo, quisiera tomarme el tiempo para reflexionar un poco en el significado bíblico, cultural e histórico de esa palabra, antes de traer a colación el tema del Espíritu Santo.
La Necesidad del Consuelo
Aún cuando, cronológicamente hablando, el ‘profeta de los lamentos’ –Jeremías (s. VII a. C.), parece ser posterior al ‘profeta de la esperanza’ –Isaías (s. VIII a. C.), en el apéndice de su Libro Profético, que todos conocemos como el Libro de las Lamentaciones de Jeremías, el profeta afirma lo siguiente:
Lamentaciones 1:16 “Por esta causa lloro; mis ojos, mis ojos fluyen aguas, Porque se alejó de mí el consolador que dé reposo a mi alma; Mis hijos son destruidos, porque el enemigo prevaleció. Sion extendió sus manos; no tiene quien la consuele; Jehová dio mandamiento contra Jacob, que sus vecinos fuesen sus enemigos; Jerusalén fue objeto de abominación entre ellos.”
Para Jeremías el ‘Consolador’ (hb. Menahem) de Israel, el que ministraba ‘consuelo’ (hb. ‘manoaj’: paz, calma, reposo, consuelo, tranquilidad), es el Señor, pero ahora se había apartado de su pueblo escogido, y de alguna manera se había convertido mas bien en la fuente de todas sus angustias, aunque la verdadera causa radicara mas bien en la conducta del pueblo.
La Promesa del Consuelo
El mensaje del Profeta Isaías es bastante diferente. Para él existe la luz de la esperanza. El sabe que el pueblo de Dios vive en un estado contínuo de rebelión que le hace merecedor del castigo retributivo. Aún así, el ‘Menajem’ de Israel es Dios mismo, y su manifestación a Israel no se tarda, aunque habrán de transcurrir más de siete siglos antes de que sus palabras proféticas tuvieran un cumplimiento literal identificable.
Isaías 40:1-4 “Consolaos, consolaos, pueblo mío, dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalén; decidle a voces que su tiempo es ya cumplido, que su pecado es perdonado; que doble ha recibido de la mano de Jehová por todos sus pecados. Voz que clama en el desierto: Preparad camino a Jehová; enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios. Todo valle sea alzado, y bájese todo monte y collado; y lo torcido se enderece, y lo áspero se allane.”
Isaías 51:11-12 “Ciertamente volverán los redimidos de Jehová; volverán a Sion cantando, y gozo perpetuo habrá sobre sus cabezas; tendrán gozo y alegría, y el dolor y el gemido huirán. Yo, yo soy vuestro consolador (hb. Menahem). ¿Quién eres tú para que tengas temor del hombre, que es mortal, y del hijo de hombre, que es como heno?.”
Menciono estos dos pasajes tan solo por la alusión directa al primer ‘parakletos’ –consolador de Israel, y a la falta de espacio suficiente en esta columna, pero usted puede leer detenidamente Isaías 51:3, 11, 12; 52:7-9; 53:3-5, 10; 61:1-3; 66:10-14, y ellos le darán una mejor idea de las bases bíblicas por las cuales los hijos de Israel esperaban en ese ‘tiempo de consolación’ (Lucas 2:25, 26).

Francisco Jiménez Cruz

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